Monday, June 02, 2008

TESTIMONIO: Clara Sajnovetzky gandora del Premio Se hace camino al andar en el rubro Social


Clara Sajnovetzky, musa inspiradora de la aclamada película de trapero
“No quiero ser una estrella de cine”. Estuvo nueve años presa. Es abogada y coordinadora de la Asociación por la Vuelta Clara, que intenta integrar a las mujeres que cumplen condena judicial. Acaba de debutar como “actriz” en el film que causó sensación en Cannes.

FELICITO A CLARA CON TODO MI CORAZÓN Y ES MI DESEO QUE EL PREMIO RECIBIDO EN DICIEMBRE HAYA SIDO UN MIMO A SU CORAZÓN Y UN IMPULSO A SU FORTALEZA.

Esta nota fue extraída de http://www.criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=4593


¿Se puede retirar y dejarme con mi clienta? –le pide Elsa, la abogada de Julia, a la celadora del Servicio Penitenciario Nacional.-Sí –dice la celadora y sonríe. Amable.Transcurre la filmación de Leonera –la nueva película de Pablo Trapero– y alguien grita “corten”. Es que el gesto amable de una celadora en la cárcel de Los Hornos no resulta real. El corte no lo pide Trapero; tampoco su esposa en la vida real, la actriz Martina Gusman, que personifica a Julia, una mujer de clase media (y embarazada) que termina presa (y criando a su hijo entre rejas) por un crimen que no se sabe si cometió.El corte lo sugiere Clara Sajnovetzky, una abogada que hace de abogada en Leonera. Clara ayudó con su actuación –casi guionada en vivo– a la película que logró una ovación en Cannes. Estuvo nueve años presa y, ahora, es la coordinadora de la Asociación por la Vuelta Clara, para la integración de mujeres externadas y privadas de la libertad en cárceles federales. –El problema era que la mujer que hacía de celadora era penitenciaria y quería quedar bien para la foto, pero yo le decía “hágalo normal” porque sé cómo son: siempre te ponen cara de culo –relata.Clara cuenta su historia, mientras imagina que Trapero y Gusman estarán festejando los aplausos recibidos en la exhibición de la película. También que volverán a Buenos Aires con un premio. “Pero mi interés no es ser estrella de cine, sino cambiar la vida de los chicos que viven en las cárceles con sus madres”, apunta.
–¿Te gusta que haya llegado a Cannes el mundo de las presas?–¿Qué te parece? El que dice que no es cholulo miente. Y haber sido un pedacito de óvulo de este proyecto me parece genial.
–¿Cómo conociste a Trapero?–Mi historia forma parte del libro Corazones cautivos (vida en la cárcel de mujeres), de la periodista Marta Dillon. Y fue Marta quien le sugirió a Trapero mi colaboración. Él me llamo y me dijo “soy Pablo Trapero”. Yo le contesté “no te ubico”. Pero vino a casa y me insistió mucho para que actuara y le estoy muy agradecida. Eso sí: la verdad, lo hice por la plata. Por día te pagaban $530 pesos y estuve tres días. Si sabía, lo hacía más largo y si vienen de Playboy también les digo que sí.Se ríe, Clara. Se ríe, incluso, de su frase de cabecera: “Soy sufrida”. Tiene 56 años, al año y medio la poliomelitis le generó una aguda discapacidad motriz. El 12 de febrero de 1996, a los 44, cuando la policía la fue a buscar a la inmobiliaria de Belgrano donde trabajaba, dijo “ya vuelvo”. Pero no iba a hacerlo. Estuvo casi nueve años presa, hasta diciembre del 2004, en la cárcel de Ezeiza por estafa. Manejaba una mesa clandestina de dinero. Supo manejarse en la cárcel. Estudió la carrera de Sociología y empezó a pintar –el fotografo de Vogue Mario Testino compró algunos de sus dibujos– en la cárcel. El personaje de Julia en la película y la vida de Clara tienen algo en común: son dos mujeres de clase media que caen en una cárcel plagada, por naturaleza, de mujeres pobres. “Yo tenía 44 años, era abogada y discapacitada. Era una doñita intocable. Por suerte, me jugaba a favor. Pero tenés que tener viveza para no pasarla mal. No te podés hacer la estrella”, cuenta.
–¿Para qué puede servir la repercusión de la película?–La película choca porque muestra una realidad sin golpes bajos que es la de los chicos criados adentro de las cárceles. Un chico criado en el encierro no tiene otro futuro que terminar en prisión. Es insoportable pensar que hay genocidas con arresto domiciliario y chicos adentro. Hay que aprobar un proyecto de ley para que las madres embarazadas o con hijos chicos cumplan la pena en sus casas. Actualmente, el Estado gasta cuatro mil pesos por mes –y seis mil si vive con su hijo– en mantener a una mujer en una cárcel. Van a gastar menos en ponerles guardias en su casa y dejar que los chicos se críen como corresponde.
–¿Cómo es volver de la cárcel?–Cuando salís, ya estás de vuelta y pensás: “Después de esto, ¿qué me puede pasar?”. Es necesario que las mujeres tengan trabajo cuando salen de la cárcel porque si no, si tienen hambre e hijos a los que darles de comer, se olvidan de todo. Nosotras estamos generando microemprendimientos de gastronomía y tejido y vendemos los productos en la feria de Mataderos. Estamos funcionando por un subsidio del Ministerio de Justicia. La sociedad tiene que tener en cuenta que no nos estamos ocupando sólo de los derechos humanos de las que salen, sino también previniendo que reincidan.

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